miércoles, 5 de diciembre de 2012

40. El sueño (Caballo- espejo)


  Nadie podría asegurar que un tordillo negro fuese más peculiar que un alazán o un overo tostado, pero todos estarían de acuerdo en afirmar que Maese era un caballo especial.

  Claro que Maese no tenía, en el sentido estricto de la palabra, un pelaje agrisado, sino más bien metálico y brillante como un espejo. Esto le traía terribles contratiempos en verano y apacibles inviernos. 

  El dueño de Maese era Efraín, un anciano gris, amable y sencillo, que estaba encariñado hasta tal punto con él que se había negado, en reiteradas ocasiones, a venderlo sin importar las fortunas puestas en juego.

  Cierto es que esto le trajo sinsabores pero la tierna compañía de Maese lo compensaba todo.
  Una noche, presintiendo la muerte, el pobre hombre pensó en su caballo de espejo y lloró. El mundo sería un lugar solitario para su amigo. A medianoche, Maese soñó con su dueño, lo soñó fuerte y joven, lo soñó jinete. 

  "Es un caballo especial", explicaba años después Efraín, pasando su joven mano por su cabello tan negro como su boina.

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