domingo, 28 de octubre de 2012

22. Encuentro

¿Y qué, acaso no estamos en el mundo?
Así es; pero eso no lo sabe nadie, aparte de nosotros.”
Antonio Di Benedetto[1]
  La tarde, para ella, se deshacía en preguntas inciertas y le evocaba patéticos recuerdos de su adolescencia citadina.
  Vivía, desde hacía tres años, en una casona de altos techos de tejas y patios inmensos, con un jardín para cada hora del día. A casi diez kilómetros del pueblo, era su refugio. Suyo y de Matías, porque hay que decirlo, también para él era el único lugar de paz, aparte de sus brazos.
  Es verdad que tenía una angustia, una ansiedad, un miedo casi infantil ante la imagen del sol escondiéndose entre los árboles apenas delineados en el horizonte. Una ansiedad que se le llenaba de recuerdos y los teñía.
  Esa inclinación natural hacia la melancolía vespertina no le había impedido, sin embargo, disfrutar a su manera, de la vida y de su gente.
  Matías y ella habían sido, hasta entonces, relativamente felices. Y los recuerdos de su vida anterior se borraban tiernamente a su lado.
 Esa tarde, era, por cierto, una tardes sin nubes, con horizontes despejados, y mientras el sol caía, el recuerdo de un sueño añejo la arrebató de sus ensueños: alguien, a media luz, sonriendo bajo un enorme eucalipto.
  Esa imagen, lo sabía desde hacía años, no era un recuerdo, ni un deseo. La sensación de realidad que le dejaba, la estremecía. Creaba en ella la necesidad de búsqueda, de futuro y a la vez, de distancia.
  Aquella tarde y por primera vez, descubrió ese árbol junto a la acequia occidental y reconoció la luz que lo bañaba en su sueño. La luz de un 2 de marzo a las siete y cuarto de la tarde.
  Pero la sonrisa no estaba allí.
  Meses y años siguieron a ese verano. Su miedo al ocaso mutó en anhelo. Su familia creció, voló, volvió. Pero esa sonrisa se negó a ser presente. Hasta el recuerdo del sueño se hizo borroso aunque no menos obsesionante.
  Una tarde de marzo, entrecana y somnolienta, regresando de su siesta descubrió bajo su eucalipto una pequeña muchedumbre familiar de risas y juegos. Descubrió la luz, el árbol, la risa: Lo vio todo por primera vez y se sintió luminosa de nuevo. Sintió que su sueño había sido un abrazo, sintió "verdadera la paz, y verdadera la calma".
                                                                                        (octubre 2012)

[1] Di Benedetto, Antonio; “Caballo en el salitral”; EL CARIÑO DE LOS TONTOS; http://www.literatura.org/DiBenedetto/adbTexto2.html; 1961.

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